Con la reapertura de los cementerios esta semana, los deudos pudieron volver a visitar las tumbas de sus seres queridos para rendirles tributo.
Ante la proximidad del Día del Padre, muchos decidieron llevar flores donde están los restos de sus progenitores fallecidos. Es una forma de volver a estar con ellos de manera simbólica, limpiar sus lápidas y decir algunas palabras acongojadas, rezar oraciones o estar simplemente en silencio en un ambiente sobrecogedor.
“Fue acertada la idea de la Municipalidad de la capital de abrir unos días antes del domingo para poder descomprimir la cantidad de gente que vendrá a la necrópolis”, apuntó Carlos Augusto Petersen, director del Cementerio del Norte.
Con bastantes personas dedicadas al cuidado y mantenimiento de los mausoleos y las lápidas del jardín, el espacio abrió sus puertas provisoriamente desde el viernes para las visitas del público, y así evitar toda aglomeración.
Para la reapertura transitoria (hoy es el último día), los cementerios respetaron el protocolo del Comité Operativo de Emergencia (COE) que los obliga a tener una sola puerta de ingreso y rigurosos controles de aseo con alcohol en gel en la entrada y salida del lugar. Además, otra de las normas prohíbe el ingreso de más de seis personas juntas.
“Hubo una circulación de gente normal, que es lo que esperábamos. Lo importante es que no se genere nada que pueda ser perjudicial en la situación de pandemia”, agregó Petersen.
Visita necesaria
Esta vuelta de los cementerios permitió que las nostálgicas visitas a las tumbas no se concentren sólo durante el emotivo día de hoy, sino que se hayan repartido entre ayer y el viernes también. Uno de estos visitantes fue Ramón Lobo, quien aprovechó la primera jornada para poder sentirse más cerca de su padre un rato.
“No me hace bien venir, uno tiene recuerdos… No importa que siempre lo tenga presente en mi vida, cuando vengo y me pongo a pensar en él, la sensación es distinta y me pone triste”, expresó Lobo, invadido por el dolor de la pérdida.
Aunque admitió que no visita asiduamente el lugar, Lobo reconoció que necesitaba volver al cementerio.
Otro de los que concurrió para honrar a su padre, casi cinco años después de su fallecimiento, fue Oscar Flores, acompañado por su hija adolescente. Entre los dos se encargaron de poner en las mejores condiciones posibles el mausoleo donde se encuentra los restos de su progenitor.
“Venimos prácticamente todas las semanas. Yo vengo una o dos veces al mes, pero también vienen mis hermanos y mi mamá, que es la que más viene”, contó, mientras barría las hojas secas que rodeaban el sepulcro.
Flores ya tiene 66 años, por lo que es considerado grupo de riesgo por el coronavirus, y dijo que sólo sale de su casa por temas realmente necesarios. Ir al cementerio, para él, representa una actividad esencial. “Estamos mal todos, es una pandemia y hay que cuidarse. Esta vez salí porque me pareció necesario venir”, afirmó.
Tres meses pasaron desde la última vez que había podido acercarse a esa tumba. Esperar tanto tiempo no es algo a lo que él esté acostumbrado y por fin sintió el desahogo de poder hacerlo, como antes de que comience la cuarentena.
“La última vez que vine fue en marzo, antes de que comenzara el aislamiento social obligatorio. Uno siempre lo recuerda bien y hoy fue un alivio poder venir. Nunca dejamos de venir, vos podés pasar, vas a ver que siempre está limpio y hay flores”, sostuvo.
Irma Roldán fue otra de las concurrentes al lugar y aprovechó para visitar también a los demás parientes que fallecieron y se encuentran compartiendo la misma sepultura con su padre. “No los visitaba desde antes de que se declarara la pandemia y es algo que ya necesitaba hacer”, aseguró.
Mientras miraba la lápida con ojos que se perdían en los recuerdos que afloraban, reconoció que no va muy seguido. Sin embargo, destacó que siempre algún familiar se encarga de mantener en condiciones el mármol que indica el lugar donde yacen los restos de sus seres queridos.
“Por suerte encontré en buen estado la tumba. Mi nieto paga un mantenimiento para que siempre esté bien, porque sería muy triste si estuviera abandonada”, recalcó.
También se hizo presente Adolfo Zigarán, junto con su tía Lía Pérez. Ambos esperaban con ansías la reapertura y se mostraron satisfechos de haber vuelto.
“Venimos todos los fines de semana y los feriados, y por la cuarentena tuvimos que estar más de tres meses sin venir. Gracias a Dios ya está abierto y pudimos visitarlo. Por suerte hay poca gente, porque algo que nos preocupaba era mucha concurrencia”, comentó.